31 enero 2007

Confesiones de un enero canadiense

* Confieso que 6 de cada 7 días me dan ganas de llorar.
* Confieso que 1 de esos 6 días lloro.
* Confieso que tengo dos lugares para hacerlo: en un pequeño pedestal del estacionamiento del Park Royal de West Vancouver, con los pinos a la izquierda y el Lions' Gate Bridge en el horizonte o en los Washrooms a la vuelta de Steamworks.
* Confieso que deseo enormemente que mi mamá se sienta bien.
* Confieso que extraño el poder de los abrazos.
* Confieso que extraño decirle a Junior: 'soy un enano terrícola y vengo de otra galaxia'
* Confieso que extraño preguntarle a mi abuela por teléfono que decían a las 10 de la noche en la televisión hablándole de Ud.
* Confieso que aún no me he hecho de amigos pero los estoy buscando.
* Confieso que desearía con toda el alma sentarme a hablar de la vida algún día con alguien, sentado en el pasto.
* Confieso que extraño mis almohadas.
* Confieso que hace 16 días consecutivos que trabajo al menos 6 horas.
* Confieso que los domingos trabajo 16 horas seguidas, de 8 a 24.
* Confieso que voy a seguir, por y a pesar de todo.
* Confieso que siempre pienso que estoy en algo pequeño para ir por algo más grande y tengo temor de darme cuenta que haya hecho algo mínimamente grande.
* Confieso que estoy seguro que, con las semanas, todo va a mejorar y voy a poder disfrutar de esta hermosa ciudad.
* Confieso que me encanta escribir y lo voy a seguir haciendo.
Los olores: Vivencias del trabajo en un restaurant

En algún 239 de medianoche, ruta Park Royal a Capilano College, el fondo del autobús apesta. A veces me pregunto si el hecho de trabajar en un restaurant y estar en contacto con diversas clases de comidas contribuye a tal situación. La mayoría de las veces me respondo que sí.
Entre las diversas ocupaciones que implica el ser un lavaplatos en un establecimiento de tales características se encuentra el manejo usual de ollas, sartenes, contenedores, recipientes, cucharones, y obviamente platos y cubiertos. Si bien el usar la esponja dorada para remover los diversos restos de comida no es algo que desee, más aún cuando llega el momento del odiosamente detestado y cochino puré de papas, debo reconocer que en ocasiones me divierte (y en otras me ofusca) el empaparme con el spray del agua y sentirme como en una pileta de natación. Como diría el manager, al final del día, me quedan los dedos como si hubiesen soportado varios invernos consecutivos.
No tengo duda: es el trabajo que menos me gusta. Tampoco tengo duda: es el trabajo con la gente mas copada. Me encanta el pollo con arroz, vegetales y especias que hacen, KP Chicken Pasta pero con rice para mi por favor. Pero volvamos a los olores.
De acuerdo a ciertos estudios feromoníticos, cada ser humano tiene un olor (nunca me gusto esa palabra, vamos a elegir... aroma), decíamos cada ser humano tiene un aroma particular. Lo que, en oportunidades, no se toma en consideración es que la transpiración o el olor a pata no son materia prima sino un subproducto de tal aroma. Si seguimos sumergiéndonos, el olor a comida sería un tercero que perfumaría con mayor ahinco el cuerpo humano. Entraríamos en una relación semiótica de indexicalidad (chamuyo Sr. Camaño) dónde incluso olvidaríamos tal aroma particular y solo pasaríamos a ser una combinación de calamares empepinados en salsa barbacoa. Quiero aclararles: No está en mis planes ser calamar, ni pepino ni siquiera una deliciosa salsa. Sólo que me preocupa que nadie se quiera sentar cerca mío. Y no pasa una, sino dos y tres y cuatro veces. Buscaría hacerle entender a cada uno de mis co-pasajeros en algún 239 de medianoche que mi olor natural no es el del restaurant. Que mi aroma es menos que un apestoso puré de papas. Que puedo tener algo de Axe (sin necesariamente conquistar chicas). Sólo pido un poco de comprensión.
Me quedan dos posibilidades: o pedir que pongan una ducha en el guardarropas donde nos cambiamos (con una probabilidad menor al -30%) o empezar a bañarme de noche para quitarme el olor a pata. Por lo pronto voy a ir con un cartelito colgando: "You can sit by my side. I'm not a smashed potato".

25 enero 2007

Ojala que llueva café: Yo, barista?

Todo empezó una de las tantas tardes en las que caminaba hacia el restaurant. Pasaba por varios Starbucks, y al fondo, a la derecha, como este blog, escondido detrás de Chocolates Lugano-bandera suiza-cruz blanca sobre fondo rojo, asomaba el Café italiano (caffé del giorno dice a la entrada, no será della giornatta?) en el cual, actualmente, paso muchas de mis mañanas.
Debo reconocer que los azurri nunca me cayeron bien. Si bien mi apellido es más que tano y gran parte de mis antepasados también lo son, desde una mítica tarde de julio de 1990 en el San Paolo de Napoli, te-escucho-por-la-radio-maldito Totó Schillachi porfa-Goyco-atajalo-"Siamo fuori de la coppa", les tengo un cierto resquemor. De todos modos, me encuentro cada mañana bajo una lluvia de granos de café-tall or grande?-regular or decaf?, y como toda cadena alimenticia lo establece, no hay granos de café sin sus respectivos consumidores, provistos, vale aclarar de una importante saciedad.
Recuerdo la entrevista. Cuando la pregunta fue "por qué en un café?" saque mi mejor caradurez y respondí "It's because I'd like to become a barista". Claro, "si vos sos un comprador!", dirían mi amiga Sabrina de inglés y Joao, mi roommate.
Cuando, en mi segundo día, hubo que salir a la cancha, el portafiltro del café se escondió entre los restos basurísticos de la barra y mis ojos no percibieron ni sintieron tal pérdida como amenazante. Diez segundos después pensé que sería uno de los primeros y último café de mi corta carrera. Mi entrenador, manager, campeón canadiense 2006. Su rostro: Una erupción, cual varicela de oro negro. El mío: También.
Hubo algunos platos rotos el tercer día: todo el mundo conoce mi inhabilidad en el campo del equilibrio cual mozo, así que no esperen mucho.
Pasaron varios días hasta que tuve mi próxima oportunidad en la barra. Semanas después reconozco que me voy defendiendo, aunque aún me falte aprender bien las diferencias, pulir y el toque final al verter. Mientras tanto, la gente entra y sale como en una puerta giratoria y los granos de café llueven desde todos los puntos cardinales. De fondo escucho "Traditional Macchiato Low-Fat Extra Hot To Go" de alguna de mis compañeras con acento japonés. Y yo, mientras tanto, los invito cordialmente al regreso para prepararles un cortado, una lágrima o simplemente para que prueben mi café. Ahora.. esperen, deténgansen... solo por un segundo...... Yo, barista?!?!...
En Vancouver no ha parado de llover o lo que es igual, pasaporte pasado por agua...

Siempre me gustó estar rodeado de agua. Agua en el mar, en la pileta, cayendo como garúa o gotas de lluvia. Si bien las baldosas flojas de Buenos Aires siempre me fueron esquivas y los charquitos repercutieron en muchos jeans gastados, la lluvia siempre me agradó, especialmente en días de pintura meláncolica y música nostálgica, esos típicos que están dictados para quedarte en casa. E incluso, cómo en las películas (pasa en las películas, pasa en la vida real, pasa en TNT), nadie puede dudar de lo romántica y seductoramente efectiva que es una persistente garúa. Sobre todo en alguna tarde porteña marcada en el calendario de un junio gris.
Pero el sur no era, hoy, nuestro lugar. Transcurría el primer día del año y como lo había estudiado seriamente, previo al exámen de mi llegada, enero más Vancouver es igual a lluvia. Y es entonces como, nuestra fiel compañera del primer párrafo se convirtió, mueca burlona mediante, en fiel cómplice de nuestra desesperación.
Los paraguas no son de mi parecer. Molestan, complican el camino y el choque de los mismos a lo video The Verve - Bitter Sweet Symphony, hace que la circulación de los transeúntes (no confundir con la circulación del ser humano) se constituya en una escena más caótica que la Peatonal Florida un día de semana a las 6 de la tarde. Perdón se piden unos a otros después de clavar las puntas en la oreja de uno, o golpear el mango en el mentón de otro. Seamos honestos: "Singin' in the rain" (1952) nunca hubiera sido lo mismo con un paraguas en la mano (aquellos puristas hagan caso omiso de la olvidadiza nota al pie).
Después de comprar mi pase mensual de bus (que perdería a expensas de mi impericia con los bolsillos 4 días más tarde), salí a 'caminar': (caminar sinónimo de empaparse). Poco a poco mis pantalones empezaron a pesar y mis medias se encontraban mas mojadas que lo habitual. Gotas van, gotas vienen, el vendaval se entretiene, olvidé que llevaba conmigo mi pasaporte, único documento que garantiza mi existencia como ciudadano de un país (y sino recuerden a la Krakhozia de Tom Hanks en "La Terminal"). Sonora fue la expresión de mi estómago (Glup y crunch es lo mas cercano onomatopéyicamente hablando y salvando las mediaciones del lenguaje: quiquiriquí, coquericó, cock-a-doodle-do) al mis retinas posarse sobre la condición en la que se encontraba. Parecía salido de un lavarropas extra potencia: "Debo decirle que su pasaporte argentino y su permiso de trabajo canadiense se encuentran en estado estable en el aréa de Terapia Intensiva" pronunció el doctor oficial de inmigración. Pedí una segunda opinión, "Podemos hacer algo para salvarlo", aconsejó el tintorero Naohiro Seto desde la prefectura de Osaka vía videoconferencia. También asintieron tal observación Oliver Aton y Benji Price, ex-Los Campeones.
Así, luego de dolorosos minutos de angustia y una intervención quirúrgica sobre el papel (no es tan buena la calidad: recuerden el lío pasaportero de años atrás con las compañías alemanas), y secador de pelo mediante, mi pasaporte volvió a estar presentable. Le asignaron, debo reconocer, un reposo de 96 horas para que se estabilizara por completo.
Moraleja: Es preferible mojarse entero, empaparse, disfrutar esta ciudad sin paraguas y resfríarse. Hay naranjas y Vitamina C, y si no está de acuerdo, Ud. sabe: 'Ante cualquier duda consulte a su médico'. Ah... y no me quiero olvidar: para cerrar, en una ciudad donde llueve 180 días al año, esta curiosa broma irónica: el periódico local se llama 'The Vancouver Sun'.
Las Donas: De la mezquindad a la dádiva

Uno de los tantos trabajos que tengo es en Tim Hortons, una cadena como esas que yo detesto. Si bien se venden como estrictamente canadienses (así serán sus dueños), me la paso escuchando todo el día hablar en persa o tagalog. La verdad no entiendo nada (solo un poquito, después contaré el cómo) y prefiero concentrarme en la música. He notado, entre mis vacilaciones laborales, que los temas se repiten siempre a la misma hora. Entonces mi oferta musical es "I'm with you" de Avril Lavigne a las 12 y "Angel" de Robbie Williams a las 12.05. A veces me pregunto si el productor de la radio dejo el CD reproduciendo y fue a tomarse un café. No es nuestro business ahora. Vamos a concentrarnos en otros temas. Cuando la mezquindad o la dádiva se encuentran a sólo una décima de distancia.
Trabajo en el sector de panadería. Me toca hornear muffins, bagels y panes, entre otros. Es dable aclarar que el hecho que me toque hacerlo no significa que sepa cómo. En los shelfs del storefront, lo que más detenta sin brillar y se ofrece sin regalar son todas clases de donas: rellenas; con baño; de chocolate, vainilla o glaceado; completas, en forma de aros. Se podrán imaginar que prepararlas sin comerlas es, como alguna vez dijo mi amiga Angie, un orgasmo gastrónomico: sólo de mirarlas te hace cosquillitas el paladar y el estómago se convulsiona. Recuerdo que después de preparar mi primera tanda me dijeron "no le pongas tanto baño". Me lo repitieron una segunda y una tercera vez. También hice memoria y me acordé como siempre voy contra el pensamiento de muchos, pero me quedé callado y así en silencio, bañaba un poco de chocolate por acá, rellenaba con doble crema por allá. Me empecé a preguntar, viniendo a mi memoria el capítulo del monoriel ("mono significa uno, riel significa riel" -es para vos Fer!-) donde Homero Simpson salva a la ciudad de Springfield con un ancla en una dona gigante ("Donas... es por eso que me gustan tanto"), cuantos Homeros irían a comprarlas y cuantos dirían "que poco glaceado tiene" o "wow, cuanta crema puedo saborear". Me puse en los pies de otra persona (que importante es la empatía) cuando a mi me toca ir a comprar algo.
Tengo ese privilegio, de ser mezquino o dadivoso, de poner un poquito más o un poquito menos. Mi corazón revolucionario se cuestionó: 'si en situaciones tan pequeñamente estúpidas como esta, vos podés hacer feliz o triste a alguien, imaginate', enfatizó, 'imaginate como en momentos tan importantes podés hacer la diferencia'. Me asustó y no por vez primera, cómo, al referirnos a esto último, toda decisión repercute en el placer o el sufrimiento de un otro. Como se disfruta ese poquito más, como duele ese poquito menos.
Por ahora, dentro de mis minutos cotidianos mientras Avril Lavigne en una fría y dura noche le canta a un desconocido, me toca decidir si uso la espátula para emparejar lo que sobra o la uso para devolverlo a la fuente: Tengo el poder de decisión (hasta que me echen por mal rendimiento). ¿Cuánto chocolate o crema le ponemos a una masa esponjosa? Yo prefiero ponerle... un poquito más.

11 enero 2007

Identidad I: Nombres (o como volver al Registro Civil)

Cuando sos extranjero en Canadá, tenés dos posibilidades. O conservás tu nombre y te arriesgas a que todo el mundo lo pronuncie mal y tengas que explicarle como se deletrea (como usualmente me toca hacer con mi apellido) o te lo cambias.
Entonces me sorprendí, cuando armando el resumé, la pregunta fue: "Y cómo te vas a llamar?".
Nunca había pensado en volver el tiempo atrás 24 años. Encontrarme antes de nacer con mi mamá y mi papá, decidiendo buena parte de mi identidad. Para que negarlo. Siempre me gustó. Es un solo nombre, es largo, está mas que bien. Es más, nunca se me ocurrió cambiarlo. Calculo que a otras personas si, como por ejemplo a Wenceslao de Tata, amigo de Santos Lugares y Caseros, que algo habrá hecho para que una calle lleve su nombre.
Nunca había pensado que mi nombre fuera dificil, hasta que comprobé que a los canadienses que voy conociendo se les hizo más que imposible pronunciarlo. Y miren que lo intenté de muchas maneras. Acercarse a la cultura de un país implica negociar simbólicamente. En esa negociación ganás o perdés, el empate casi no existe (porque los norteamericanos odian los empates?). Después de todos esos pensamientos y consciente de que el deletreo no es uno de mis deportes favoritos, decidí llamarme Max. Entonces... Max de acá, Max de allá.
Sin embargo en todas las situaciones cotidianas, una vez que ya saben que "My name's Max", después me preguntan 'my real name'. Ahí si, me llamo Maximiliano. Le pese a quien le pese. Lo pronuncie quien lo pronuncie.
Seriamente espero al mes de mayo cuando en Montréal intente retomar mi identidad. ¿Y vos... como te vas a llamar?
Esquinas en el norte, esquinas en el sur

28 de diciembre, 5.45 pm. Una esquina cualquiera de Vancouver.

Una noche cerrada y ventosa. Poco abrigado, con mi mochila siempre a cuestas y apuntando todos los lugares para dejar resumés en Downtown. Veo un Subway... pero sin el típico cartelito "We're hiring". Doy vuelta a la esquina y camino unos metros más, a ver si el amarillo y verde de las letras lo indican en algún rincón del amplio ventanal. No puedo mover los labios por el frío, mi mentón está congelado. Alguien pasa por mi lado, casi cercano a las veredas vacías y a las calles donde algún que otro auto espera que los peatones crucen. Se para en el semáforo. "Maxi" escucho a lo lejos. "Sos vos?". Me traslado a otra situación, a otro momento, a otra ciudad, a otra vida. Mi mentón reacciona como puede: "Si..... Te veo cara conocida", le respondo, "de donde?, de donde?" le imploro como buscando a mil kilómetros por hora en mi mente una respuesta. "Soy Martín de SWAP, que estaba con mi amigo Santiago, de Salta, nos vimos ayer en la oficina, no te salude, porque no sabía si eras vos, eras, no eras?". "Sí, soy yo!.. Cierto, cierto, como estás, donde vás?" respiro aliviado y seguimos la conversación. Hay momentos que no podemos asociar con una ciudad, más aún en el segundo día en el cual estas pisando sus baldosas. Hay momentos en los cuales uno ni siquiera sabe quién es y busca encontrarse en algún lugar. Ese encuentro puede ser súbito y delicioso o tirano. Me pregunto donde estaré... Tal vez perdido en alguna esquina de Corrientes o Carlos Pellegrini y ese encuentro sea díficil. "En la puerta del McDonald's del Obelisco" como les decía siempre a Sabri y Fer, quizás en otro sitio.. físico? o no?... Si así fuera no se si mandarme a buscar o dejarme allí. Estés dónde estés no te asustes si alguien llama tu nombre. Es probable que vos mismo seas quién te este gritando, para preguntarte que hacés de tu vida che, como te sentís, estas laburando, estudiando. Prestale atención, porque puede pasar en cualqiuer esquina. Sea del norte. Sea del sur.
La soberbia no es solo argentina

27 de diciembre, Vuelo MX 980

Comandante en vuelo de Mexicana de Aviación: "A pesar de que salimos media hora mas tarde de lo determinado, llegamos 20 minutos antes de lo establecido. Nada más. Muchas Gracias." (se escuchan aplausos flacos en los asientos del fondo, tal vez de las azafatas). No hacía falta... no hacía falta.