25 enero 2007

En Vancouver no ha parado de llover o lo que es igual, pasaporte pasado por agua...

Siempre me gustó estar rodeado de agua. Agua en el mar, en la pileta, cayendo como garúa o gotas de lluvia. Si bien las baldosas flojas de Buenos Aires siempre me fueron esquivas y los charquitos repercutieron en muchos jeans gastados, la lluvia siempre me agradó, especialmente en días de pintura meláncolica y música nostálgica, esos típicos que están dictados para quedarte en casa. E incluso, cómo en las películas (pasa en las películas, pasa en la vida real, pasa en TNT), nadie puede dudar de lo romántica y seductoramente efectiva que es una persistente garúa. Sobre todo en alguna tarde porteña marcada en el calendario de un junio gris.
Pero el sur no era, hoy, nuestro lugar. Transcurría el primer día del año y como lo había estudiado seriamente, previo al exámen de mi llegada, enero más Vancouver es igual a lluvia. Y es entonces como, nuestra fiel compañera del primer párrafo se convirtió, mueca burlona mediante, en fiel cómplice de nuestra desesperación.
Los paraguas no son de mi parecer. Molestan, complican el camino y el choque de los mismos a lo video The Verve - Bitter Sweet Symphony, hace que la circulación de los transeúntes (no confundir con la circulación del ser humano) se constituya en una escena más caótica que la Peatonal Florida un día de semana a las 6 de la tarde. Perdón se piden unos a otros después de clavar las puntas en la oreja de uno, o golpear el mango en el mentón de otro. Seamos honestos: "Singin' in the rain" (1952) nunca hubiera sido lo mismo con un paraguas en la mano (aquellos puristas hagan caso omiso de la olvidadiza nota al pie).
Después de comprar mi pase mensual de bus (que perdería a expensas de mi impericia con los bolsillos 4 días más tarde), salí a 'caminar': (caminar sinónimo de empaparse). Poco a poco mis pantalones empezaron a pesar y mis medias se encontraban mas mojadas que lo habitual. Gotas van, gotas vienen, el vendaval se entretiene, olvidé que llevaba conmigo mi pasaporte, único documento que garantiza mi existencia como ciudadano de un país (y sino recuerden a la Krakhozia de Tom Hanks en "La Terminal"). Sonora fue la expresión de mi estómago (Glup y crunch es lo mas cercano onomatopéyicamente hablando y salvando las mediaciones del lenguaje: quiquiriquí, coquericó, cock-a-doodle-do) al mis retinas posarse sobre la condición en la que se encontraba. Parecía salido de un lavarropas extra potencia: "Debo decirle que su pasaporte argentino y su permiso de trabajo canadiense se encuentran en estado estable en el aréa de Terapia Intensiva" pronunció el doctor oficial de inmigración. Pedí una segunda opinión, "Podemos hacer algo para salvarlo", aconsejó el tintorero Naohiro Seto desde la prefectura de Osaka vía videoconferencia. También asintieron tal observación Oliver Aton y Benji Price, ex-Los Campeones.
Así, luego de dolorosos minutos de angustia y una intervención quirúrgica sobre el papel (no es tan buena la calidad: recuerden el lío pasaportero de años atrás con las compañías alemanas), y secador de pelo mediante, mi pasaporte volvió a estar presentable. Le asignaron, debo reconocer, un reposo de 96 horas para que se estabilizara por completo.
Moraleja: Es preferible mojarse entero, empaparse, disfrutar esta ciudad sin paraguas y resfríarse. Hay naranjas y Vitamina C, y si no está de acuerdo, Ud. sabe: 'Ante cualquier duda consulte a su médico'. Ah... y no me quiero olvidar: para cerrar, en una ciudad donde llueve 180 días al año, esta curiosa broma irónica: el periódico local se llama 'The Vancouver Sun'.

No hay comentarios.: