31 enero 2007

Los olores: Vivencias del trabajo en un restaurant

En algún 239 de medianoche, ruta Park Royal a Capilano College, el fondo del autobús apesta. A veces me pregunto si el hecho de trabajar en un restaurant y estar en contacto con diversas clases de comidas contribuye a tal situación. La mayoría de las veces me respondo que sí.
Entre las diversas ocupaciones que implica el ser un lavaplatos en un establecimiento de tales características se encuentra el manejo usual de ollas, sartenes, contenedores, recipientes, cucharones, y obviamente platos y cubiertos. Si bien el usar la esponja dorada para remover los diversos restos de comida no es algo que desee, más aún cuando llega el momento del odiosamente detestado y cochino puré de papas, debo reconocer que en ocasiones me divierte (y en otras me ofusca) el empaparme con el spray del agua y sentirme como en una pileta de natación. Como diría el manager, al final del día, me quedan los dedos como si hubiesen soportado varios invernos consecutivos.
No tengo duda: es el trabajo que menos me gusta. Tampoco tengo duda: es el trabajo con la gente mas copada. Me encanta el pollo con arroz, vegetales y especias que hacen, KP Chicken Pasta pero con rice para mi por favor. Pero volvamos a los olores.
De acuerdo a ciertos estudios feromoníticos, cada ser humano tiene un olor (nunca me gusto esa palabra, vamos a elegir... aroma), decíamos cada ser humano tiene un aroma particular. Lo que, en oportunidades, no se toma en consideración es que la transpiración o el olor a pata no son materia prima sino un subproducto de tal aroma. Si seguimos sumergiéndonos, el olor a comida sería un tercero que perfumaría con mayor ahinco el cuerpo humano. Entraríamos en una relación semiótica de indexicalidad (chamuyo Sr. Camaño) dónde incluso olvidaríamos tal aroma particular y solo pasaríamos a ser una combinación de calamares empepinados en salsa barbacoa. Quiero aclararles: No está en mis planes ser calamar, ni pepino ni siquiera una deliciosa salsa. Sólo que me preocupa que nadie se quiera sentar cerca mío. Y no pasa una, sino dos y tres y cuatro veces. Buscaría hacerle entender a cada uno de mis co-pasajeros en algún 239 de medianoche que mi olor natural no es el del restaurant. Que mi aroma es menos que un apestoso puré de papas. Que puedo tener algo de Axe (sin necesariamente conquistar chicas). Sólo pido un poco de comprensión.
Me quedan dos posibilidades: o pedir que pongan una ducha en el guardarropas donde nos cambiamos (con una probabilidad menor al -30%) o empezar a bañarme de noche para quitarme el olor a pata. Por lo pronto voy a ir con un cartelito colgando: "You can sit by my side. I'm not a smashed potato".

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