07 mayo 2008

Sangrías en la Línea San Martín: De la bondad y la maldad

Observando su alma espejada a punto de hacerse trizas contra el suelo, ambas: ella y su mirada, la descubrí tras las sombras de un Don Juan más: Campera verde vivo con cuello sin cerrar, bolso cruzando su torso y cediendo hacia la cornisa de su hombro derecho, espirales de un cuaderno tapa celeste y de transparencias hurgando entre estoicas dagas de cristal salado, baggy jeans color negro gastado y zapatillas que nunca alcancé a divisar.
Un paño amarillo otoño porteño, tibio, y su ondulado cabello lavado la noche anterior, cubrían su rostro hasta perderlo. El cuarto vagón lleno, y ella sola y su alma, en el medio de la tormenta, en su mismísimo ojo. En el segundo estribo de aquel descenso en Palermo Palermo (nada de Soho, Hollywood, Viejo o Nuevo), el espejó se partió a la ene potencia.
El hombre es bueno por naturaleza hasta los 10 minutos de vida, momento en el cual por querer bromear, quema la corbata de su padre: "¡Pequeño demonio!". De ahí en más, los espejos se rompen, el cristal salado humedece, el paño no cubre, el rostro se esconde, los cuellos no cierran, las heridas y las conversaciones del fin, tampoco.
Sean ustedes bienvenidos al mundo de Hobbes.

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